De alguna manera, Dostoievski

Fedor Dostoievski“Parece que todo lo que debe hacer el hombre, consiste en probarse a sí mismo que es un hombre y no un engranaje.” Fedor Dostoievski (1821-1888)

En este post voy a salirme de los temas que he abordado últimamente…aunque seguramente, no del todo. Pues cuando hablamos de Dostoievski no sólo hablamos de un escritor ruso del siglo XIX, sino que hablamos de lo que concierne a todo lo humano.

Henry Troyat ya nos habló de él en su genial biografía «Dostoievski». De hecho, de los estudios que he realizado de este gran escritor ruso; Troyat es quien nos la hace más alucinante y darle el lugar que merece a lo que fue esta peculiar personalidad en su paso por este mundo. Mijail Bajtin realiza, no obstante, un acertado acercamiento a través de su tesis de la «polifonía» existente en las obras de Fedor o «Fedia» Dostoievski.

De personalidad nerviosa, un místico, un apasionado. Algunos dirían, incluso, de una sensualidad perversa. Epilético, sobrellevó esta enfermedad durante toda su vida y ,durante los momentos más complejos de ésta, llevó al paroxismo.

Este genial personaje, sufrió una de las experiencias más límites que podría vivir un ser humano: ser condenado a muerte y ,a último minuto, liberado. Esta experiencia traumática, que cargó durante los ocho años que duró su encarcelamiento y exilio en Siberia, se convirtió en pieza fundamental de su creación literaria. Específicamente, Crimen y Castigo, Los Endemoniados, Memorias del Subsuelo y su obra cúlmine: Los hermanos Karamazov, obra que le valió el reconocimiento mundial.

Quisiera compartir algunos pensamientos vertidos por Dostoievski en tales obras, que de alguna forma, se relacionan con lo que nuestro mundo está viviendo. O sea, de alguna manera, Dostoievski, interpreta, a través de su angustia mística, nuestra realidad. De alguna manera, Dostoievski permanece vigente.

En las Memorias del Subsuelo, el escritor nos dice:

El hombre del subsuelo vive en un tugurio oscuro, nauseabundo que es su “cáscara”. Está solo. No tiene amigos. “Estoy enfermo, soy malo y no tengo nada de atractivo”, dice. Pero la conciencia de su villanía es secretamente agradable para él […] Experimenta un extraño gozo diciéndose que ha llegado al último grado de la abyección, que jamás será un hombre como los demás, que es algo absolutamente especial, extraordinario, que está al lado de la gente, aislado, al margen de la creación. “Yo soy solo y ellos son todos.” […]
La acción supone leyes que la guían. La acción sólo es posible en un mundo cuidadosamente estructurado. Las ciencias positivas han catalogado las experiencias, erigido axiomas, levantado murallas de piedra que limitan el horizonte. Y ante esas murallas de piedra, el pueblo se inclina con respeto. “Es un muro muy resistente, un muro contra el cual podemos apoyarnos, una evidencia.” […] Y si algún filósofo, algún hombre del subsuelo pretende negar el muro, exclaman: “Perdón, es imposible rebelarse. Dos y dos son cuatro. La naturaleza no nos consulta; no se preocupa por nuestros deseos ni por saber si sus leyes nos complacen o no. Estamos obligados a aceptarla tal cual es y, por lo tanto, a aceptar también sus resultados. El muro es un muro, etcétera.” […]
El hombre del subsuelo, el contemplativo, negará todas las construcciones artificiales, embestirá contra todas las evidencias, ignorará el veto de las leyes científicas[…[ Vivirá en lo imposible. Por lo demás, Dios exige lo imposible a sus criaturas.¡Qué ídolo miserable sería Dios si admitiera que el hombre se hallará feliz en esa celda acolchada donde él mismo se ha encerrado, si admitiera que el hombre se disminuyera, que olvidara esa chispa divina del pensamiento para convertirse en una máquina de precisión!
“Parece que todo lo que debe hacer el hombre”, escribe Dostoievski, “consiste en probarse a sí mismo que es un hombre y no un engranaje.” […]
“El hombre sólo necesita una voluntad independiente, le cueste lo que le costare y lo conduzca adonde lo condujere…Estoy convencido de que el hombre no renunciará jamás al verdadero sufrimiento, es decir, a la ruina y la caos.”
Gracias al sufrimiento el hombre se acerca a lo inconcebible, a lo inasequible, al milagro. Gracias al sufrimiento se alza por encima de sí mismo.”

En nuestro mundo actual es imposible, practicamente, tener un pensamiento propio y enfrentarlo al otro. Vivimos de verdades relativas, en donde la diversidad y la supuesta «libertad» se han colocado como valores supremos y a la vez, ese galardón, les ha valido convertirse en valores relativos y transables. Es el precio que debemos pagar por una «democracia», el perder nuestra individualidad y proponer al otro que efectivamente existen valores absolutos. Dar cabida, en el fondo, a la postura crítica, al pensamiento, al razonamiento de que no todas las cosas deben ser como están propuestas…

Pero cuando el hombre entra en este tipo de supuestos y de definiciones, el vulgo lo rechaza, lo niega. A través de este pequeño pensamiento, Dostoievski nos enfrenta a la paradoja que reviste todo lo humano: si indagar en nosotros mismos como individualidad o someternos a la masa que no piensa, no razona. Porque, qué es lo más fácil. Porque ¿a qué nos invita todo el tiempo esta sociedad?

Idea que continuará en «Crimen y Castigo». Troyat nos lo ejemplifica cuando señala: “Así, Raskolnikov, como el hombre del subsuelo, se ahoga entre las murallas de la moral oficial. Siente en él la posibilidad de superar el rebaño anónimo que lo rodea[…] para ellos existe una moral superior, o más bien no hay moral sino una entera libertad. Para ellos un crimen ya no tiene el valor de un crimen y el castigo no es más que una palabra vacía de significado. Así es como Napoleón debe hacerse justificado ante sus propios ojos, si acaso quiso hacerlo […] Para Raskolnikov la vieja es el obstáculo primario, la muralla de carne que hay que derribar, traspasar, olvidar, para entrar en el camino de la libertad. “No he asesinado una criatura humana sino un principio.” Una vez asesinado ese principio, Raskolnikov conocerá su vocación de superhombre, de Dios. Se distenderá, se encontrará con la independencia conquistada al fin.”[…] En suma, entre las murallas de la moral oficial existe la libertad de elegir el bien. Esa libertad menor supone la posibilidad del pecado. Podríamos hacer el mal, pero nos abstenemos porque “está prohibido”, porque corremos el riesgo de un “castigo”, “la prisión”, “el infierno”. Aquellos que desprecian esas lecciones de manual, aquellos a quienes las recetas de cocina espirituales provocan náuseas, los pensadores, los fuertes, franquean la muralla. Y entonces se encuentran en el ámbito de la segunda libertad.[…] hacen el bien o mal según su propia voluntad, según su instinto.Unos se toman por superhombres y se rompen la espalda desde las primeras experiencias. Otros descubren la dulzura de hacer el bien por el bien. Ese bien libre, ese bien sin necesidad, ese bien por puro amor los conduce imperceptiblemente tras las huellas del Dios y los salva.”

Sin duda, la imagen o la idea de Dios que Dostoievski nos transmite, es la idea de un Dios que dirige toda la vida humana. Aunque para Fedor, la existencia de Dios siempre fue su angustia existencial y motor de su creación literaria.

Dios, que en nuestro mundo está tan relegado. Dios que en nuestro mundo ya no sirve, porque según los escépticos, ya no da ninguna respuesta.

Esta visión ya la encontramos en Los Endemoniados, obra que anticipa lo que sería la Revolución Rusa: “Les daremos la felicidad de las criaturas débiles”
“Toda la ley de la existencia humana” dice Stepan Trophimovich en el último capítulo de los endemoniados, “consiste en que el hombre puede siempre inclinarse ante algo inmensamente grande, ya no querrían vivir, morirían de desesperación.”
“Haremos una revolución tal, que todo caerá de sus bases.”
¿Y después? Después Verkhovenski, inspirándose en el sistema preconizado por uno de los miembros del Comité, Shingalev, organizará una igualdad total entre los hombres.
“Para empezar, dice, “será rebajado el nivel de la educación, de las ciencias y del talento. Un nivel elevado en las ciencias y las artes sólo es accesible a los espíritus superiores…Habrá que prohibir o condenar a muerte.¡Arrancarle la lengua a Cicerón, hundirle los ojos a Copérnico, lapidar a Shakespeare, eso es shigalevismo!”
La fuerza más importante, el cemento que amalgama a todos juntos, es la vergüenza de tener una opinión propia.”
El hombre elemental teme no parecerse a su vecino, poseer una idea propia, estar solo, ser responsable. La esclavitud disgregará esa responsabilidad sobre una multitud de cabezas iguales. Gracias a esa nivelación, ya no habrá identidad. Hasta la moral se tornará impersonal. Toda la existencia se desarrollará más allá del bien y el mal.”
“El objetivo de cualquier movimiento popular”, dice Shatov, “es únicamente la búsqueda de su Dios, de su Dios propio…Cada pueblo ha tenido siempre su Dios propio. Es un signo de decadencia de los pueblos el comenzar a tener dioses comunes…Cuanto más fuerte sea un pueblo, más exclusivamente personal será su Dios para él…Si un gran pueblo deja de creer que es el único poseedor de la verdad, si ya no cree, si ya no cree que es el único elegido, el único capaz de resucitar y de salvar al mundo por la verdad, deja de inmediato de ser un pueblo para no ser más que una materia etnográfica.”

Me pregunto, ¿creemos? Me pregunto ¿tenemos un Dios personal? A través de cómo se han ido dibujando los eventos en este último siglo, podría señalar que siempre el pueblo ha tenido sus dioses personales, pero dioses que, al fin y al cabo, no muestran la verdad o muestran sólo lo que el vulgo quiere ver. Y quizás, durante muchos años hemos negado de la educación, de una verdadera educación. Una que quite los velos de la ignorancia, cual mito de la caverna, y permitirnos ver la luz. Pero si todo lo excelso ha sido rebajado en aras del «bien común» ¿qué de espiritual le queda al ser humano? Aparece, entonces, el miedo a ser diferente y, a la vez, como mal de nuestra época, el miedo al otro.

Quisiera terminar parte de esta reflexión con la leyenda del Gran Inquisidor que aparece en la obra culmine Dostoievski, Los hermanos karamazov. Esta novela gira en torno a la angustia de la existencia de Dios, ese Dios que según el autor «ha torturado toda su vida» y que se superpone a la idea de «superhombre» que nos han querido revelar ciertas corrientes y que da paso a la incertidumbre, al vacío y a la innegable caída.

«En Sevilla, durante la Inquisición, Cristo aparece entre la multitud. Es reconocido de inmediato. La gente se agolpa alrededor de él mendigando sus milagros. Y Jesús cumple los milagros pedidos. Entonces el gran inquisidor, anciano de noventa años, rostro seco, hundidos los ojos, hace detener al Salvador.
Por la noche, el gran inquisidor entra en la celda donde Cristo ha sido encerrado por su orden. “¿Por qué has venido a molestarnos? Por qué tú nos molestas”, le dice.
Y el anciano inicia contra Jesús un juicio terrible. En realidad el gran inquisidor no cree ni en Dios ni el hombre. No cree en Dios porque se niega a escuchar al Dios-Hombre: “No tienes derecho a añadir una sola palabra a lo que ya has dicho.”
No cree en el hombre porque afirma que la doctrina cristiana supera las fuerzas espirituales de la humanidad.
Rechaza la unión de los principios humano y divino en el seno de la libertad. “Quiero haceros libres”, ha dicho Cristo. Pero al proclamar esa libertad de opción entre el bien y el mal, Jesús ha establecido la responsabilidad del hombre. Ha condenado al hombre a los tormento de la conciencia. Le ha reservado un cúmulo de sufrimientos, en los que los remordimientos, las tentaciones, las esperanzas, se mezclan inextricablemente. La libertad es inconcebible sin el dolor. La libertad sólo se conquista por el dolor. El cristianismo es, ante todo la religión del dolor.[…]
El gran inquisidor […]afirma que Cristo a sobreestimado el coraje de su criatura imponiéndole la prueba de la libertad. El hombre es demasiado débil para la plena conciencia. “¿Habías olvidado que el hombre prefiere el descanso, la muerte misma, a la libertad de distinguir el bien y el mal?” El gran objetivo del hombre es ser feliz. Y a la Iglesia le corresponde organizar su felicidad en la Tierra. La Iglesia ama al hombre más de lo que lo amó Cristo, que le impuso una carga demasiado pesada para sus hombros. […] Y aquí la teoría del gran inquisidor se asemeja a la de Shigalev. Se ocupa de las multitudes. Defiende a los hambrientos, a los débiles. Les promete no ya el pan celestial, sino el pan terrenal. “Tú les prometiste el pan celestial, pero, ¿puede éste comprarse con el pan terrenal a los ojos de esta débil raza humana, eternamente viciosa y eternamente ingrata?…Nosotros, preferimos a los débiles.” […]
El gran inquisidor proclama el reinado de las felicidades mediocres contra las grandes aspiraciones del espíritu: “Nosotros les daremos una felicidad silenciosa, humilde, la que conviene a las criaturas débiles que son…Por cierto, los haremos trabajar, pero en sus horas de ocio organizaremos su vida a la manera de un juego de niños, con canciones infantiles, coros, inocentes danzas.¡Oh!, hasta les permitiremos el pecado, pues sabemos que son débiles e inermes…”
Fue en nombre de la libertad del espíritu humano que Cristo, en el desierto, rechazó la primera tentación: la del pan terrenal. Y esa fue, según el inquisidor, su primera falta.
La segunda falta fue haber querido ser amado libremente. Pero los hombres no pueden creer según su corazón. Necesitan una certidumbre. Ahora bien, la promesa divina es incomprensible para ellos. Está envuelta en demasiadas tinieblas, demasiadas reticencias, demasiadas alusiones:”Tú eliges todo lo que hay de insólito, de enigmático, de indeterminado, todo lo que supera las fuerzas del hombre.”[…] Al haber querido que el amor del hombre no se inspirara en los milagros, lo alejó de Él, lo perdió. “Te hacía falta un libre amor y no los serviles transportes de un esclavo aterrorizado. En esto también te hacías una idea demasiado elevada de los hombres…”
Así, la segunda tentación, la de la autoridad, es completada por la tentación del milagro.
El gran inquisidor acepta estas tres tentaciones que Cristo rechazó. Corrige la obra de Cristo. La basa en el pan terrenal, la autoridad y el milagro. “Y los hombres se han alegrado de ser conducidos de nuevo como un rebaño y liberados de ese don funesto que les causaba tantos tormentos.”»

Otra vez, y a través de un escéptico, Dostoievski toma el tema de la libertad como un sendero que para avanzarlo hay que romper con todo lo establecido. Y propone con esto, al cristianismo, como el camino de la libertad probable, difícil e inconcebible para el débil, para la masa, hombres al fin que prefieren ser conducidos, ser «amaestrados» y tener ya no el pan espiritual, sino el terrenal.

Y ¿hoy en día? ¿Cuántos podemos afirmar con toda seguridad que hemos encontrado el camino de la libertad? ¿O será que hemos preferido este circo, dejarnos conducir y perder de este modo toda individualidad y toda independencia? ¿Acaso por los valores sociales impuestos hemos perdido parte de nosotros? ¿Dónde se concentra nuestra búsqueda existencial? ¿Tenemos una búsqueda existencial? ¿Nos interesa?

Dostoievski nos invita a reflexionar en torno a todo lo que hemos transado. Este magnífico pensador, más allá de lo que haya sido su existencia, nos revela en sus obras todo el transfondo humano y todo lo grandioso y miserable que hay en él.

Vemos así una serie de obras que trascienden su tiempo y se instalan, inigualablemente, en nuestro prospecto actual, señalando – de una forma innegable – todo de lo que hemos perdido, todo lo que hemos abandonado por la comodidad de nuestros tan cibernéticos, tecnologizados, consumistas y nihilistas tiempos que estamos viviendo.

Todas las citas extraídas de «Dostoievski«, Biografía realizada por Henry Troyat
Todos los subrayados son míos.

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